A la hora de elaborar una GPC es necesario proceder a la descripción específica del problema de salud del que se va a elaborar un protocolo. Así, para la elección del tema del protocolo nos podemos basar, entre otros aspectos, en la enfermedad más prevalente, en la enfermedad que produzca más demanda, en los problemas de variabilidad asistencial detectados previamente, etc.
Una vez identificado el proceso por protocolizar habrá que realizar el proceso de búsqueda, valoración y traducción práctica de evidencias para cada una de las decisiones («preguntas clínicas» en el lenguaje de la MBE) que queramos incluir en el protocolo 1).
Al exponer su definición de GPC, el IOM identifica 8 atributos que debe cumplir toda GPC. Cuatro de estos atributos hacen referencia a la elaboración: 1) claridad en el texto; 2) documentación y metodología explícitas; 3) elaboración multidisciplinaria, y 4) actualización periódica. Los otros 4 atributos se refieren al contenido de la guía: 1) validez de las recomendaciones de la guía; 2) aplicabilidad a los pacientes; 3) flexibilidad basada en directrices que huyan de dogmatismos injustificables, y 4) fiabilidad y reproductibilidad 2).
De todos ellos, el atributo más importante es la «validez». Su presencia indica que cuando el protocolo se aplica hay una alta probabilidad de alcanzar los resultados previstos. La validez se comprueba evaluando la evidencia científica que justifica las recomendaciones. Debe estar especificado el método empleado para identificar y revisar las evidencias científicas en las que se fundamenta, deben constar las fuentes de información utilizadas, debe existir relación entre la evidencia y las recomendaciones, y las recomendaciones deben tener en cuenta beneficios, riesgos y costes a la luz de la evidencia científica 3).